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"El graffiti condensa rasgos clave de la cultura juvenil" articulo de prensa

"El graffiti condensa rasgos clave de la cultura juvenil" Irónicos, lúdicos o futboleros, los graffitis son una expresión efímera, que sin embargo es vista por muchos jóvenes como la única forma posible de apropiarse de una ciudad que sienten privatizada. A los adultos nos cuesta interpretar la cultura de los jóvenes. ¿Qué expresiones nos ayudarían a entenderlos? —Empecemos a mirar los graffitis, lo que está escrito en la calle. Es tan cierto que no sólo los jóvenes los hacen como que mayoritariamente los graffitis son producidos por gente joven. Los graffitis condensan rasgos clave de la cultura juvenil. ¿Por qué? —Por varios motivos. Por un lado, porque hay cierta tendencia de los jóvenes, y sobre todo en los últimos tiempos, a estar mucho en la calle. A pesar de la privatización de la vida y de la reclusión puertas adentro, si hay un sector de la sociedad que no puede identificarse con este encierro es la juventud. Se dice, y desgraciadamente es cierto para muchos, que los jóvenes no tienen una gran perspectiva de futuro. El estar en la calle, rondando, escribiendo, escenifica un poco esa situación. No todos andan rondando, escribiendo... —Quiero precisarle que hablo específicamente de jóvenes de clase media baja y sectores populares. Hubo otros contextos históricos donde fueron más que nada los jóvenes de clase media los que salieron a la calle a pintar graffitis. En los 80, los graffitis —de leyendas realmente ingeniosas— eran escritos por jóvenes de clase media, incluso de clase media alta, muchos de ellos universitarios. ¿Se acuerda? Eran grupos como Los Vergara, o más de corte anarquista, como Fife y Autogestión, La Gillete en el Tobogán. Ese surgimiento en los 80, tan fuerte, está relacionado con la apertura del CBC, por lo menos en Buenos Aires. También se dio en las distintas provincias, en ciudades capitales en general, siempre dentro de los grupos de clase media que tenían acceso a estudios superiores. ¿Con qué se identifican los graffitis en los 90? —Muchos de ellos, con el fútbol. Otros, los "tumberos", están escritos en memoria de alguien. Otros homenajean bandas de rock escribiendo su nombre en la calle. Hay una proliferación muy grande de bandas de barrio; hablo del fenómeno que está asociado al rock "chabón", que inscribe su nombre en las paredes. El auge del graffiti hip-hop, en los Estados Unidos, ¿tuvo algún reflejo en nuestras paredes? —El graffiti argentino y latinoamericano mira más al graffiti europeo del Mayo Francés. En general, intentan reproducir cierto esquema enunciativo que aparece en los del Mayo Francés, llenos de ironía y juego de palabras. Y siempre en ellos la palabra es lo más importante. El graffiti hip- hop de los Estados Unidos comienza a tener visibilidad hacia fines de los 60, principios de los 70, en Nueva York, y se relaciona con un graffiti de gueto, de reivindicación del joven desplazado. Es un graffiti que privilegia más que nada la imagen. Hay algunas palabras, está siempre el nombre del graffitero —su apodo, su alias—, pero aparece desestructurado, de manera tal que se asemeje a una pieza pictórica. Ese estilo, en los 80, se difundió por Europa. Pero en la Argentina, hasta los 90, no se había visto graffiti hip-hop. A mediados de los 90 empezó a haber, tímidamente. Y creo que no prendió porque nuestra tradición es básicamente verbal, aunque incluya códigos que no siempre la involucren. ¿Se podría decir que el graffiti es una expresión "literaria" de los jóvenes? —No, no está considerado literatura. Si nos atuviéramos a una definición institucional de la literatura, el graffiti es un tipo de discurso que involucra la palabra e incluso ciertos aspectos estéticos, pero que no está incluido dentro de lo que se considera literatura. Pero expresan mucho de un individuo, de un momento social, e integran ese tipo de discursividades breves pero contundentes como los refranes. A diferencia del graffiti, la práctica de los esténciles está presente hoy en muchas muestras de arte. —En Buenos Aires, por ejemplo, los productores del esténcil, en general, no pertenecen a clases populares. Son jóvenes más bien asociados al mundo de la imagen; muchos de ellos son estudiantes de diseño gráfico y pertenecen a sectores medios educados y formados en una cultura de la imagen publicitaria e incluso en el discurso histórico del graffiti. El tipo de esténcil que se está haciendo no surge en la Argentina. El esténcil es una técnica milenaria, que además se ha utilizado en muchos contextos. Pero el esténcil en la calle ha existido, antes que en esta movida, en la pintada política. En Europa, por ejemplo, ha sido un movimiento fuerte desde los 80. El esténcil argentino tiene una particularidad: reproduce en imagen lo que había sido en los 80 el graffiti de texto, de leyenda, porque es un esténcil irónico-lúdico-político. Las imágenes a veces no tienen palabras; otras, sí. Pero incluso cuando no tienen palabras, la lectura que se puede hacer es equivalente a la de un graffiti ingenioso como: "En mi pieza tengo un póster de todos ustedes", y lo firma el Che. Usted dice que el graffiti expresa a individuos y momentos. En estos años, ¿el graffiti se despolitizó? —Hay una diferencia clave que matiza la escritura en la pared. La pintada política tiene respaldo institucional; hay un partido político detrás, o aunque sea, una pequeña agrupación. En cambio, el graffiti puede tener contenido político, religioso, amoroso, sexual, etcétera, pero no cuenta con ningún respaldo institucional. Quizá los riesgos sean también distintos. Las pintadas políticas suelen transgredir prohibiciones e implican entonces una posibilidad de represión. —Si hacemos un registro histórico, las pintadas fueron hechas, desde ya, en contextos de mayor o menor clandestinidad. Pero el graffiti se realiza en un contexto también de transgresión, porque, en realidad, todos sabemos que no está permitido escribir nada en la fachada de un edificio ni de un monumento. Lo que sucede es que, justamente, nuestra gran tradición de pintada política, y no sólo en la Argentina sino en toda Latinoamérica, ha ido "oficializando" que los partidos políticos pinten. Y de hecho, lo hacen sin ningún reparo. Claro que durante la última dictadura militar quien se aventuraba a una pintada política corría realmente un riesgo. Hay quienes sugieren que Sarmiento ha tenido que ver con los orígenes del graffiti argentino. ¿Por qué? —Hay un mito que dice que la pintada política comienza en la Argentina con Sarmiento, cuando yendo al exilio escribe su famosa frase "Las ideas no se matan", luego popularizada como "Bárbaros, las ideas no se matan". En realidad, él no puso la palabra bárbaros, porque, de hecho, él escribió esta frase en francés. No es, igualmente, la primera vez que alguien escribe una frase política en las paredes. Hay otros antecedentes. El historiador Felipe Pigna comenta que durante las Invasiones Inglesas hubo inscripciones en las paredes en contra no sólo de los ingleses sino en contra del virrey y de los que estaban en ese momento gestionando la cosa pública sin hacer lo que debían. En 1810 aparece, en el momento del fusilamiento de Liniers, en un árbol, tallada una sigla que estaba construida con los nombres de los cinco apresados, cuatro de ellos fusilados —uno no, el obispo Orellana, al que mandan a Buenos Aires—. Esa sigla forma la palabra "clamor". Esta sería una pintada política de los opositores de la revolución. Los contrarrevolucionarios estaban expresando su opinión respecto de la Revolución de Mayo. ¿A qué se debe la persistencia del graffiti? —Inscripciones en espacios públicos hubo en muchas culturas. Los griegos, en tren de conquista de otros lugares, inscriben sus nombres. Es una tradición que llega desde tiempos remotos: es una ancestral necesidad de imprimir y dejar huellas en el espacio público. Por eso, algunos la retrotraen a las Cuevas de Altamira. Escribir en las piedras, en las paredes... ¿La obsesión de los hombres es siempre intentar perdurar? —El graffiti es una cultura efímera, quizá la mayor. Pero fíjese que esta certeza no hace que la gente deje de escribirlos. La vida en una gran ciudad parece acentuar esta necesidad de dejar una huella en un espacio público que es anónimo y que favorece la idea del anonimato. Claudio Martyniuk cmartyniuk@clarin.com CLAUDIA KOZAK, DOCTORA EN LETRAS, Clarín, 2005.

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